Diez ideas sobre El Capital, apropósito de “La historia de El Capital”, de Francis Wheen.
Jaime Ortega
Jaime Ortega
1.
No creo equivocarme si digo que durante el siglo XX los hombres y mujeres que se identificaban con el pensamiento de Marx no leían El Capital, al menos no la mayoría de ellos. Los textos más socorridos por la militancia política, indistintamente la corriente a la que se adhirieran, eran el Manifiesto Comunista y la Ideología Alemana.
Mientras que para los académicos e intelectuales el gran texto que atravesó las discusiones fueron los Manuscritos Económico-filosóficos de 1844, como bien lo expresa la magistral obra de Adolfo Sánchez Vázquez. Creo que esta es una buena hipótesis para intentar reconstruir el pasado de biografía intelectual del movimiento de izquierda: al menos la gran mayoría, la “base”, como suele llamársele, no tenían en El Capital un texto donde pudiesen encontrarse respuestas políticas inmediatas, ni tampoco mediatas. El Capital más bien era un intrincado cúmulo de párrafos que hablaban del valor, del trabajo abstracto, de la danza de las mercancías, de aquello que “no lo sabemos, pero lo hacemos”, en fin, términos alejados de la lucha política inmediata.
En cambio, el Manifiesto y la Ideología Alemana hablan del conjunto de ideas dominantes, del Estado como gobierno, de las clases sociales, del partido, de la revolución. Algunas interpretaciones deterministas salen de la búsqueda por dotarse de un programa político, el determinismo (o economicismo), no lo podemos negar, tiene una estructura pedagógica envidiable.
Para el mundo intelectual en cambio, los Manuscritos proporcionaban nociones como praxis, alienación, depauperación obrera, en fin, conceptos que nos colocaban fuera de cualquier determinismo, aunque algunas discusiones sobre estos temas derivaban en un esencialismo humano con un fuerte sesgo a-político. Aunque estas interpretaciones se dieron –como lo denuncio en su momento el venezolano Ludovico Silva a propósito de una búsqueda de la academia venezolana por unir en el mismo saco a Heidegger y a Marx- los Manuscritos fueron, sin duda, una forma de colocar a Marx en el terreno del pensamiento humano.
Hoy, en cambio, la pregunta por la revolución pasa antes por las consideraciones sobre el valor de uso, que por sobre las clases sociales, pensamos más la “forma natural”, que el desarrollo de las fuerzas productivas. El Capital somete a los conceptos marxistas a revisión, a su apertura, a su verdadera vocación de ser representantes conceptuales de magnitudes sociales.
2.
Hoy, en el siglo XXI, parece que comenzamos a dar un vuelvo y el problema político fundamental está precisamente en El capital. En el campo intelectual al menos, la situación es dominante, los grandes comentaristas y me atrevo a decir que los más importantes filósofos de este país han construido sus ideas a partir de este texto de Marx. El Capital ha dejado de ser ese texto inexpurgable y se ha convertido nuevamente en objeto de comentarios, análisis y sendos seminarios. Que hubiéramos dado por que el movimiento estudiantil de esta universidad, hace 10 años, estuviera empapado como lo está hoy una gran cantidad de estudiantes de esta lectura de Marx. Paradójico que sea hoy cuando precisamente sectores diversos de la sociedad están en movimiento, a excepción de los estudiantes.
La atención al texto de El Capital sin embargo ha sido desigual. La gran mayoría de los comentaristas se ha centrado en el Volumen 1. Ahí está en Francia Jacques Bidet o en México Bolívar Echeverría. Gran parte de la bibliografía disponible en los últimos tiempos se refiere a ese primer volumen. Y en algunos casos sólo al primer capítulo.
3.
La escritura de El Capital, no es, ni con mucho, una parte sustancial del plan original de Marx, sin embargo sí es la culminación de su trabajo intelectual real, de lo que realmente pudo decir sobre un objeto escurridizo. El capitalismo se transforma, cambia, muta, por eso el objeto de estudio siempre se nos escapará, al final siempre estamos intentando captar esa danza estrepitosa e interminable de las mercancías. El Capital es, ciertamente, una obra complicada, por momento casi inentendible. Marx lo dijo desde el principio cuando redactó uno de los prólogos, espera lectores deseosos de aprender algo nuevo y por tanto pensar. ¿Podremos nosotros construir ideas a partir de él? Revirtiendo la sentencia que Noberto Bobbio enviara al mundo intelectual italiano hace algunos años (Ni con Marx ni contra Marx), nosotros, en el aquí y en el ahora, me parece que estamos con Marx y más allá de Marx
4.
Francis Wheen nos ofrece una pequeña biografía de Marx y del desarrollo de su proyecto intelectual, que para los lectores del Siglo XXI no puede quedar duda, el suyo es un proyecto abiertamente político, un militante, un rupturista. Pero esto nos lleva a reconocer que hay tensiones en la obra de Marx: busca la ciencia, pero no ha dejado de ser un utópico, busca la política, pero para dar una respuesta a esos asuntos del interés público da un rodeo por la nada sencilla crítica de la economía política, es y no es un discípulo de Hegel, es y no es un apologista del progreso o lo contrario, es y no es un crítico del progreso. El de Marx es un pensamiento en tensión. Si buscamos coherencia absoluta o una heterogenización (de los temas, de las formas de abordar, de los autores de los que abreva) del Marx de la Tesis Doctoral al Marx de El Capital, no la vamos a encontrar. No la podemos encontrar.
5.
Marx es un crítico de la modernidad. No cabe duda. Realiza una lectura distinta de los clásicos. Igual que el resto del discurso filosófico, por ejemplo, relee el mito fundante de la época moderna, el mito de Prometeo. Aquel donde aparece por primera vez la noción de Tecne, de técnica, como aquello que hace aparecer algo en donde no existía. La Técnica marcará el proyecto de Marx. La técnica es el gran problema de la modernidad. Pensar la técnica, con relación a los sujetos y a la naturaleza, pensar la técnica desde la voluntad de poder es un signo indudable de un proyecto que busque ir más allá del capital. El cambio que señalábamos en el punto 1, tiene que ver con esto. Ya no hablamos sólo de “socializar los medios de producción”, de “abolir las clases”, ahora planteamos cuestiones más complejas y profundas, ¿a qué tipo de sociabilidad aspiramos?¿qué hay del avance tecnológico? ¿en verdad aspiramos solamente a liberar las trabas de las fuerzas productivas? ¿qué hay de este avance con respecto a la naturaleza? ¿podemos construir una sociedad donde prevalezca el valor de uso?. Quizá Walter Benjamin deba tomar la palabra en nuestro discurso, para pensar que la revolución no es el motor del tren, sino el freno de emergencia ante una situación que apunta a la catástrofe.
6.
Marx es un lector de los clásicos griegos, como apuntábamos con respecto al mito prometeico, pero es un lector peculiar de los clásicos, como lo demuestra su tesis doctoral sobre Epicureo y Demócrito. De Aristóteles, por ejemplo, trae siempre a colación el hecho de que el hombre es un animal político, que en El Capital aparecerá como un ser que produce, un constructor de herramientas con las que transforma la naturaleza y se transforma a sí mismo. Marx le debe, me parece, tanto a Aristóteles como a Platón la noción de Forma. La forma mercancía, la forma valor, la forma dinero, todo ello como expresiones de relaciones sociales está contenido en las obras fundamentales de Aristóteles. La Forma es un camino para oponerse al capital, es oponiendo la “forma comunidad” o la “forma natural”, a la “forma valor” como podemos salir de este complicado mundo donde las mercancías nos han poseído, como recordara en un breve cuento Julio Cortázar a propósito de los relojes.
7.
La desconfianza hacia el dinero, que Marx expresa primero en la Cuestión Judía, que sigue en sus obras políticas como el Manifiesto y que se desarrolla claramente en los Grudrisse y en El Capital como poder de mando de unos sobre otros y de los objetos sobre los sujetos, proviene de los griegos. Marx comparte con la tradición antigua la desconfianza del dinero. ¿Por qué? Por que el dinero, desde siempre, es el antagonista de la comunidad. El dinero disuelve a la comunidad. Es un elemento extraño, ajeno, negativo, dañino. Condenable política y éticamente. Los referentes teóricos, políticos y ejemplificantes para entender al Dinero en su devenir provienen no de la economía, no de la ciencia, sino de escritores un poco más heterodoxos: Shakespeare encabeza la lista, pero también hay otros, como Quevedo. Aquello de que “poderoso caballero es don Dinero” lo había entendido Marx a plenitud. No es casual que sentencie de forma tan cruda, pero tan formidable, en el segundo capítulo de El Capital, que: donde termina la comunidad inicia el mercado. Aquí entonces tenemos otra gran cuestión, ¿qué hacer con el dinero, qué hacer con el mercado?.
8.
Quizá un elemento a discutir es la distinción entre lo social y lo comunitario. Para algunos –Dussel por ejemplo-, lo social es abordado desde un aspecto negativo en Marx. Lo social es necesariamente la expresión de relaciones cosificadas. Lo social es la fetichización. La forma valor, la forma dinero, son formas sociales, que expresan relaciones sociales cosificadas, muertas. Es el trabajo vivo dominado por el trabajo muerto, el dominio de la pura objetividad sobre la subjetividad que lo crea. En cambio la comunidad sería el fin de lo social fetichizado. El elemento subterráneo –el viejo topo- es lo común, la comunidad, es ese quizá el elemento utópico en Marx –del cual no debemos desprendernos- reconciliar al individuo con la comunidad. Pero sobre todo reconciliar a la comunidad con la naturaleza. El concepto de comunidad, me parece, debe ser reconstruido en el pensamiento marxista. Así podemos pensar una sociedad socialista no sobre la base de cantidades de trigo producidas, sino del devenir individual y comunitario, de su realización plena.
9.
Francis Wheen nos recuerda en su obra que a Marx se le llamo un “sofista hegeliano” cuando apareció la primera edición de El Capital, de nuevo los griegos asoman su cabeza. Efectivamente, quizá nuestra tarea sea releer la tradición griega y decir que Marx compartía algo con los sofistas. Estos últimos eran aquellos que enseñaban a filosofar, a discutir (la dialéctica), a hablar, en el ágora. La tradición de Sócrates –a través de Platon- los presenta como unos charlatanes. Pero en el fondo lo que encontramos es la democratización del conocimiento. A su manera, los sofistas eran los primeros que abogaban por que el conocimiento podía y debería ser para todos. Marx en ese sentido es un sofista. Para cualquier proyecto marxista es importante que la comunidad y no sólo un grupo, aprenda a distinguir el proceso mediante el cual su futuro está sujeto, que aprenda sobre el funcionamiento básico de los engranajes que le dan sentido a estas tuberías plagadas de lodo y sangre del sistema capitalista.
10.
Hay una paradoja en el marxismo y la militancia de izquierda el día de hoy. Un sector cada vez más amplio de la militancia política, del activismo, de las organizaciones sociales, tienen una mayor claridad de que construir otra sociedad es un asunto más complejo. A diferencia de generaciones anteriores, encuentran en las reflexiones que se derivan a partir de El Capital un gran asidero. Efectivamente, cada vez hay una mayor consideración por los problemas que involucran al “valor de uso” o la “forma natural”. Paradojalmente, esa lectura que aleja la conciencia política de las soluciones facilonas y simplistas (todo los problemas en el capitalismo se solucionarían socializando los medios de producción), corremos el riesgo de quedarnos por siempre, en la espera de construir, algún día, una forma no capitalista de la sociedad y no atender los problemas del presente. El problema está en conciliar esas nuevas formas de pensar la sociabilidad, la relación del sujeto con la naturaleza y consigo mismo que nos proporciona el instrumental conceptual de El Capital, con los problemas más urgentes de nuestro tiempo, de nuestro país, con sus fuerzas políticas y sus movimientos sociales y aquí estamos ya no en el terreno de las categorías, sino de la praxis, con todas sus grandezas y sus miserias.
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