sábado, 14 de marzo de 2009

13 de abril, tercera sesión




Bidet, Jaques. Refundación del marxismo. Explicación y reconstrucción de El Capital. Santiago, LOM, 2007, 482 pp.

Contaremos con la participación de Gerardo Ávalos Tenorio, José Gandarilla Salgado y Raymundo Espinosa Martínez.
Lunes 13 de abril de 2009, a las 11:30, quinto piso de la Torre II de Humanidades, en Ciudad Universitaria.

lunes, 9 de marzo de 2009

Intervención del Embajador Jorge Eduardo Navarrete en el Seminario

Comentarios sobre
Francis Wheen, La historia de El capital de Karl Marx, Debate, Random House Mondadori, 2008, 157pp.

Jorge Eduardo Navarrete

Debo empezar diciendo que disfruté enormemente la lectura del libro que voy a comentar para ustedes esta mañana. Como suele hacerse con algunas buenas novelas, me lo leí de corrido anteayer y escribí ayer estas notas en las que basaré mi presentación. No será una presentación formal, sino una serie, más o menos deshilvanada, de comentarios sobre las cuestiones que me parecieron más atractivas y estimulantes.
El autor, informa la Wikipedia, es un periodista británico de 52 años, autor de una “muy elogiada” biografía de Marx, aparecida en 1999, que sin duda nutrió las dos primeras de las tres partes en que se divide el libro que comentamos, dedicadas a la gestación y alumbramiento de Das Kapital, a las que se añade una tercera, titulada “Vida posterior”, que examina la influencia de esta obra de Marx desde su aparición hasta comienzos del presente siglo. Para mi gusto, esta tercera parte es la de mayor interés, aunque sólo ocupa algo menos de un tercio de la extensión del libro.
Con la crisis, el “economista difunto” más recordado en la prensa occidental ha sido, sin duda, John Maynard Keynes, quien previno a sus colegas del riesgo de volverse esclavos de alguno. Google registra alrededor de 1.2 millones de referencias, aunque no permite establecer con facilidad cuántas de ellas corresponden, digamos, al último año. Ofrece, en cambio, casi 7 millones de referencias a Marx y cabe la presunción de que su inmensa mayoría no son precisamente recientes. Es interesante, por ello, y este es mi primer comentario, examinar las afinidades que Wheen encuentra entre el estilizado economista inglés y el más bien abrupto filósofo alemán.
Wheen nos recuerda que Keynes se permitió considerar a Marx como “un personaje excéntrico, procedente del ‘submundo del pensamiento económico’ cuyas teorías eran ‘ilógicas, obsoletas, científicamente erróneas y desprovistas de interés o aplicación posible al mundo moderno’.” “El Moro” no tuvo oportunidad de responder, pues murió el año del nacimiento de Keynes, muchos antes de que éste formulara una invectiva de cuya desmesura quizá se arrepintió alguna vez, al menos en su fuero interno. En términos de cierta justicia poética, cabría pensar que Marx estaba presagiando a algún economista nonato cuando voceó el injustificable prejuicio de que “ ‘la peculiar virtud de la imbecilidad flemática’ constituía el rasgo distintivo de los británicos”, como Wheen también nos recuerda.
Más allá de apreciaciones subjetivas, el autor destaca algunos de los puntos de contacto entre los análisis marxista y keynesiano del capitalismo, puestos de relieve nada menos que por Joan Robinson, quien en 1948 escribió:
En ambos autores, el desempleo desempeña un papel esencial. En ambos se considera que el capitalismo porta en su seno las semillas del declive. En el lado negativo, como en el caso de su postura frente a la teoría ortodoxa del equilibrio, los sistemas de Keynes y Marx comparten la misma visión, y ahora, por vez primera, existe suficiente terreno común entre los marxistas y los economistas académicos para hacer posible la discusión.
Además del desempleo, Wheen encuentra otro punto de contacto entre ambos en la teoría de la crisis, expuesta por Marx en el segundo volumen de El capital y por Keynes en su Teoría General y muchos otros escritos, aunque las crisis no fueran el punto central de sus preocupaciones.
Cuando se disponga del espacio para examinar, jerarquizar y ordenar las manifestaciones de la crisis que ahora abruma al capitalismo global, quizá la más notoria de las cuales sea la explosión del desempleo asociada a caídas importantes de la demanda de consumo en las economías avanzadas, probablemente sea útil volver tanto a las herramientas de análisis marxistas como keynesianas al intentar definir las respuestas de política más apropiadas. Entre ellas se contará, sin duda, la expansión de demanda, conseguida a través del incremento del gasto público, incluso el improductivo, si se sigue a Keynes, o la conversión de una parte mayor de la plusvalía relativa, es decir, de los incrementos en la productividad del trabajo, en mayores remuneraciones reales para los trabajadores, si se sigue a Marx.
Llama la atención de Wheen – y este es el segundo punto que deseo comentar – la admiración que las potencialidades productivas e innovado-ras del capitalismo, comparado con los modos de producción que históricamente lo precedieron, despiertan en Marx. Esta admiración queda más de relieve, por estar expresada con mucha mayor concisión y fuerza en el Manifiesto Comunista. Recordemos el comienzo y el fin del extenso párrafo citado por el autor:
La burguesía ha desempeñado un papel extremadamente revolucio-nario en la historia. […] La burguesía no puede existir sin revolu-cionar permanentemente los instrumentos de producción, vale decir las relaciones de producción y, por ende, todas las relaciones sociales.
Se encuentra en este tema, que es desarrollado con mucha mayor profundidad y complejidad en El capital, un importante punto de contacto, estudiado por Wheen, con Joseph Schumpeter, el economista austríaco “considerado un héroe por los empresarios estadounidenses”. En Capitalismo, socialismo y democracia (1942) Schumpeter escribe que fue Marx el “primer economista de primera categoría” que “percibió [el] proceso de cambio industrial con mayor claridad y se percató más conscientemente de su importancia vital…”
Ambos, Marx y Schumpeter, responden en forma negativa a la pregunta sobre la continuada supervivencia del capitalismo, por razones distintas pero convergentes. Ambos se refieren al capitalismo productivo, generador de satisfactores tangibles, y ambos reconocen el papel central de la innovación técnica en su funcionamiento, expansión y declinación. No es este el lugar para discutir en detalle la tesis de la “destrucción creativa” desarrollada por Schumpeter, excepto para señalar que apunta hacia el mismo tipo de “crisis de sobreproducción” que, en el análisis marxista, caracterizarán el derrumbe del capitalismo.
A diferencia de Keynes, que como ya se dijo considera las concepciones de Marx como obsoletas e inaplicables al mundo moderno, Schumpeter entiende la fase de desarrollo capitalista que le correspondió estudiar a Marx y no le exige poderes adivinatorios para, desde mediados del XIX, explicar el capitalismo de un siglo o siglo medio después. Ni Marx ni Schumpeter prvieron, creo, que la producción material, la producción de mercancías dejaría de ser la esencia del sistema y que la economía real sería cubierta por el “velo monetario” del que habló Veblen, otro de los economistas occidentales sin empacho en reconocer su deuda con el análisis marxista del capitalismo.
El hecho es que la actual fue, en su origen, una crisis del capitalismo financiero especulativo y desregulado, que ha arrastrado en su cauda a importantes sectores productivos. Una crisis de la economía financiera que, lejos de contenerse en ella, contamina y hunde a la economía real. Muchos de los razonamientos de Marx para explicar el “fetichismo de las mercancías”, que Wheen explora con cierto detalle, se aplican de manera muy directa a un fetichismo aún más marcado alrededor de los instrumentos financieros, cuya multiplicación descontrolada condujo a la crisis. De manera similar, los elementos de “destrucción creativa” que Schumpeter encontraba en ciertos procesos de innovación tecnológica son también discernibles en la destructiva creatividad con que se manejó en los últimos años la ingeniería financiera que apalancó en la arena sus construcciones de instrumentos y valores.
El libro de Wheen contiene varias informaciones novedosas, al menos para mí. Me llamó en particular la atención el demorado proceso de difusión de El capital. Se precisaron cuatro años para que la primera edición del volumen I (un mil ejemplares) se agotasen en el territorio de las actuales Alemania y Austria, aunque copias de la edición en alemán pueden haberse vendido en otros países europeos. La primera versión a otro idioma, el ruso, no apreció sino cinco años después, en 1872. Su publicación fue autorizada, dice Wheen, porque “los censores juzgaron que el texto era tan impenetrable que pocos lo leerán y menos aún lo entendrán”. Empero, los tres mil ejemplares de la primera edición en ruso se agotaron en un año, mucho más rápido que la exigua primera edición original. No fue sino hasta 1875, ocho años después de la original, que Marx autorizó, después de una revisión y reescritura exhaustivas, la primera edición en francés. La primera edición en inglés fue póstuma. Quienes estudiamos economía a mediados del siglo pasado leímos, sobre todo, la traducción de Wenceslao Roces publicada por el Fondo de Cultura Económica, editada ya en el siglo XX.
Wheen recoge la confesión de Harold Wilson, el primer ministro laborista británico, de no haber leído nunca El capital. Pienso que, en general, debe incluirse entre las obras poco leídas, no sólo en toda su extensión sino en lo que se refiere a su parte básica, el primer volumen. El autor lo atribuye a la extrema complejidad del texto, aunada a un estilo que, por decir lo menos, no facilita la lectura. Me parece paradójico que una de las obras que mayor influencia ha ejercido en el curso de la historia haya sido tan poco difundida y, aparentemente, tan poco leída.
Una posible explicación de esta paradoja es que la influencia de El capital se deriva del uso político de algunos de sus planteamientos, para lo cual no es necesario el conocimiento completo de la obra. Ésta revolucionó las ideas, pero las revoluciones políticas fueron producto de adiciones. Por ello se habla de marxismo-leninismo en el caso de la revolución soviética y de marxismo-leninismo-estalinismo-maoísmo en el de la china.
Si el libro se concibe como una mercancía no escapa al fetichismo señalado por Marx: en este caso, no es necesario conocer su contenido para invocarlo o proclamarlo como inspirador de determinadas acciones políticas. Gabriel Zaid acaba de explicar en El secreto de la fama (Lumen, México, 2009) cómo un sinnúmero de actividades que presuponen, por necesidad la lectura, pueden prescindir total o parcialmente de ella. Por ejemplo, dice, “las actividades que dominan la ‘vida literaria’ son las que prosperan sin necesidad de leer”.
Aunque más conocido, el penoso y prolongado proceso de gestación de El capital es examinado exhaustivamente por Wheen en la primera parte de su obra. Estando en el CEIICH quizá deba destacarse que, al escribir El capital, Marx se nutrió en fuentes de las más diversas disciplinas y que muy probablemente pocos autores hayan emprendido un proyecto tan vasto de lecturas y hayan acumulado un mayor volumen de notas: “mas de mil quinientas páginas entre 1862 y 1863” cuando pasaba larguísimas horas en la sala de lectura del Museo Británico. Un periodista estadounidense que visitó a Marx en 1878 escribió que “por lo general se puede juzgar a un hombre por los libros que lee, y el lector sacará sus propias conclusiones cuando le diga que, echando un simple vistazo, descubrí obras de Shakespeare, Dickens, Thackeray, Molière, Racine, Montaigne, Bacon, Paine, Libros Azules ingleses, norteamericanos, franceses; obras políticas y filosóficas escritas en ruso, alemán, español, italiano, etcetera”.
Desde este punto de vista, concluye Wheen la segunda parte de su libro – y concluyo yo este comentario – El capital no puede verse “dentro de los límites y convenciones de un género ya existente, como la economía política, la antropología o la historia”, sino “como una obra por completo sui generis”. Me pregunto si podría plantearse una lectura epistemológica de El capital desde una perspectiva multidisciplinaria, que discerniese la importancia y contribución relativa de las disciplinas que en ella confluyen.

Diez Ideas sobre El Capital, a propósito de la "Historia de El Capital"

Diez ideas sobre El Capital, apropósito de “La historia de El Capital”, de Francis Wheen.
Jaime Ortega

1.
No creo equivocarme si digo que durante el siglo XX los hombres y mujeres que se identificaban con el pensamiento de Marx no leían El Capital, al menos no la mayoría de ellos. Los textos más socorridos por la militancia política, indistintamente la corriente a la que se adhirieran, eran el Manifiesto Comunista y la Ideología Alemana.
Mientras que para los académicos e intelectuales el gran texto que atravesó las discusiones fueron los Manuscritos Económico-filosóficos de 1844, como bien lo expresa la magistral obra de Adolfo Sánchez Vázquez. Creo que esta es una buena hipótesis para intentar reconstruir el pasado de biografía intelectual del movimiento de izquierda: al menos la gran mayoría, la “base”, como suele llamársele, no tenían en El Capital un texto donde pudiesen encontrarse respuestas políticas inmediatas, ni tampoco mediatas. El Capital más bien era un intrincado cúmulo de párrafos que hablaban del valor, del trabajo abstracto, de la danza de las mercancías, de aquello que “no lo sabemos, pero lo hacemos”, en fin, términos alejados de la lucha política inmediata.
En cambio, el Manifiesto y la Ideología Alemana hablan del conjunto de ideas dominantes, del Estado como gobierno, de las clases sociales, del partido, de la revolución. Algunas interpretaciones deterministas salen de la búsqueda por dotarse de un programa político, el determinismo (o economicismo), no lo podemos negar, tiene una estructura pedagógica envidiable.
Para el mundo intelectual en cambio, los Manuscritos proporcionaban nociones como praxis, alienación, depauperación obrera, en fin, conceptos que nos colocaban fuera de cualquier determinismo, aunque algunas discusiones sobre estos temas derivaban en un esencialismo humano con un fuerte sesgo a-político. Aunque estas interpretaciones se dieron –como lo denuncio en su momento el venezolano Ludovico Silva a propósito de una búsqueda de la academia venezolana por unir en el mismo saco a Heidegger y a Marx- los Manuscritos fueron, sin duda, una forma de colocar a Marx en el terreno del pensamiento humano.
Hoy, en cambio, la pregunta por la revolución pasa antes por las consideraciones sobre el valor de uso, que por sobre las clases sociales, pensamos más la “forma natural”, que el desarrollo de las fuerzas productivas. El Capital somete a los conceptos marxistas a revisión, a su apertura, a su verdadera vocación de ser representantes conceptuales de magnitudes sociales.
2.

Hoy, en el siglo XXI, parece que comenzamos a dar un vuelvo y el problema político fundamental está precisamente en El capital. En el campo intelectual al menos, la situación es dominante, los grandes comentaristas y me atrevo a decir que los más importantes filósofos de este país han construido sus ideas a partir de este texto de Marx. El Capital ha dejado de ser ese texto inexpurgable y se ha convertido nuevamente en objeto de comentarios, análisis y sendos seminarios. Que hubiéramos dado por que el movimiento estudiantil de esta universidad, hace 10 años, estuviera empapado como lo está hoy una gran cantidad de estudiantes de esta lectura de Marx. Paradójico que sea hoy cuando precisamente sectores diversos de la sociedad están en movimiento, a excepción de los estudiantes.
La atención al texto de El Capital sin embargo ha sido desigual. La gran mayoría de los comentaristas se ha centrado en el Volumen 1. Ahí está en Francia Jacques Bidet o en México Bolívar Echeverría. Gran parte de la bibliografía disponible en los últimos tiempos se refiere a ese primer volumen. Y en algunos casos sólo al primer capítulo.
3.

La escritura de El Capital, no es, ni con mucho, una parte sustancial del plan original de Marx, sin embargo sí es la culminación de su trabajo intelectual real, de lo que realmente pudo decir sobre un objeto escurridizo. El capitalismo se transforma, cambia, muta, por eso el objeto de estudio siempre se nos escapará, al final siempre estamos intentando captar esa danza estrepitosa e interminable de las mercancías. El Capital es, ciertamente, una obra complicada, por momento casi inentendible. Marx lo dijo desde el principio cuando redactó uno de los prólogos, espera lectores deseosos de aprender algo nuevo y por tanto pensar. ¿Podremos nosotros construir ideas a partir de él? Revirtiendo la sentencia que Noberto Bobbio enviara al mundo intelectual italiano hace algunos años (Ni con Marx ni contra Marx), nosotros, en el aquí y en el ahora, me parece que estamos con Marx y más allá de Marx
4.

Francis Wheen nos ofrece una pequeña biografía de Marx y del desarrollo de su proyecto intelectual, que para los lectores del Siglo XXI no puede quedar duda, el suyo es un proyecto abiertamente político, un militante, un rupturista. Pero esto nos lleva a reconocer que hay tensiones en la obra de Marx: busca la ciencia, pero no ha dejado de ser un utópico, busca la política, pero para dar una respuesta a esos asuntos del interés público da un rodeo por la nada sencilla crítica de la economía política, es y no es un discípulo de Hegel, es y no es un apologista del progreso o lo contrario, es y no es un crítico del progreso. El de Marx es un pensamiento en tensión. Si buscamos coherencia absoluta o una heterogenización (de los temas, de las formas de abordar, de los autores de los que abreva) del Marx de la Tesis Doctoral al Marx de El Capital, no la vamos a encontrar. No la podemos encontrar.

5.

Marx es un crítico de la modernidad. No cabe duda. Realiza una lectura distinta de los clásicos. Igual que el resto del discurso filosófico, por ejemplo, relee el mito fundante de la época moderna, el mito de Prometeo. Aquel donde aparece por primera vez la noción de Tecne, de técnica, como aquello que hace aparecer algo en donde no existía. La Técnica marcará el proyecto de Marx. La técnica es el gran problema de la modernidad. Pensar la técnica, con relación a los sujetos y a la naturaleza, pensar la técnica desde la voluntad de poder es un signo indudable de un proyecto que busque ir más allá del capital. El cambio que señalábamos en el punto 1, tiene que ver con esto. Ya no hablamos sólo de “socializar los medios de producción”, de “abolir las clases”, ahora planteamos cuestiones más complejas y profundas, ¿a qué tipo de sociabilidad aspiramos?¿qué hay del avance tecnológico? ¿en verdad aspiramos solamente a liberar las trabas de las fuerzas productivas? ¿qué hay de este avance con respecto a la naturaleza? ¿podemos construir una sociedad donde prevalezca el valor de uso?. Quizá Walter Benjamin deba tomar la palabra en nuestro discurso, para pensar que la revolución no es el motor del tren, sino el freno de emergencia ante una situación que apunta a la catástrofe.
6.

Marx es un lector de los clásicos griegos, como apuntábamos con respecto al mito prometeico, pero es un lector peculiar de los clásicos, como lo demuestra su tesis doctoral sobre Epicureo y Demócrito. De Aristóteles, por ejemplo, trae siempre a colación el hecho de que el hombre es un animal político, que en El Capital aparecerá como un ser que produce, un constructor de herramientas con las que transforma la naturaleza y se transforma a sí mismo. Marx le debe, me parece, tanto a Aristóteles como a Platón la noción de Forma. La forma mercancía, la forma valor, la forma dinero, todo ello como expresiones de relaciones sociales está contenido en las obras fundamentales de Aristóteles. La Forma es un camino para oponerse al capital, es oponiendo la “forma comunidad” o la “forma natural”, a la “forma valor” como podemos salir de este complicado mundo donde las mercancías nos han poseído, como recordara en un breve cuento Julio Cortázar a propósito de los relojes.

7.

La desconfianza hacia el dinero, que Marx expresa primero en la Cuestión Judía, que sigue en sus obras políticas como el Manifiesto y que se desarrolla claramente en los Grudrisse y en El Capital como poder de mando de unos sobre otros y de los objetos sobre los sujetos, proviene de los griegos. Marx comparte con la tradición antigua la desconfianza del dinero. ¿Por qué? Por que el dinero, desde siempre, es el antagonista de la comunidad. El dinero disuelve a la comunidad. Es un elemento extraño, ajeno, negativo, dañino. Condenable política y éticamente. Los referentes teóricos, políticos y ejemplificantes para entender al Dinero en su devenir provienen no de la economía, no de la ciencia, sino de escritores un poco más heterodoxos: Shakespeare encabeza la lista, pero también hay otros, como Quevedo. Aquello de que “poderoso caballero es don Dinero” lo había entendido Marx a plenitud. No es casual que sentencie de forma tan cruda, pero tan formidable, en el segundo capítulo de El Capital, que: donde termina la comunidad inicia el mercado. Aquí entonces tenemos otra gran cuestión, ¿qué hacer con el dinero, qué hacer con el mercado?.



8.
Quizá un elemento a discutir es la distinción entre lo social y lo comunitario. Para algunos –Dussel por ejemplo-, lo social es abordado desde un aspecto negativo en Marx. Lo social es necesariamente la expresión de relaciones cosificadas. Lo social es la fetichización. La forma valor, la forma dinero, son formas sociales, que expresan relaciones sociales cosificadas, muertas. Es el trabajo vivo dominado por el trabajo muerto, el dominio de la pura objetividad sobre la subjetividad que lo crea. En cambio la comunidad sería el fin de lo social fetichizado. El elemento subterráneo –el viejo topo- es lo común, la comunidad, es ese quizá el elemento utópico en Marx –del cual no debemos desprendernos- reconciliar al individuo con la comunidad. Pero sobre todo reconciliar a la comunidad con la naturaleza. El concepto de comunidad, me parece, debe ser reconstruido en el pensamiento marxista. Así podemos pensar una sociedad socialista no sobre la base de cantidades de trigo producidas, sino del devenir individual y comunitario, de su realización plena.

9.
Francis Wheen nos recuerda en su obra que a Marx se le llamo un “sofista hegeliano” cuando apareció la primera edición de El Capital, de nuevo los griegos asoman su cabeza. Efectivamente, quizá nuestra tarea sea releer la tradición griega y decir que Marx compartía algo con los sofistas. Estos últimos eran aquellos que enseñaban a filosofar, a discutir (la dialéctica), a hablar, en el ágora. La tradición de Sócrates –a través de Platon- los presenta como unos charlatanes. Pero en el fondo lo que encontramos es la democratización del conocimiento. A su manera, los sofistas eran los primeros que abogaban por que el conocimiento podía y debería ser para todos. Marx en ese sentido es un sofista. Para cualquier proyecto marxista es importante que la comunidad y no sólo un grupo, aprenda a distinguir el proceso mediante el cual su futuro está sujeto, que aprenda sobre el funcionamiento básico de los engranajes que le dan sentido a estas tuberías plagadas de lodo y sangre del sistema capitalista.
10.

Hay una paradoja en el marxismo y la militancia de izquierda el día de hoy. Un sector cada vez más amplio de la militancia política, del activismo, de las organizaciones sociales, tienen una mayor claridad de que construir otra sociedad es un asunto más complejo. A diferencia de generaciones anteriores, encuentran en las reflexiones que se derivan a partir de El Capital un gran asidero. Efectivamente, cada vez hay una mayor consideración por los problemas que involucran al “valor de uso” o la “forma natural”. Paradojalmente, esa lectura que aleja la conciencia política de las soluciones facilonas y simplistas (todo los problemas en el capitalismo se solucionarían socializando los medios de producción), corremos el riesgo de quedarnos por siempre, en la espera de construir, algún día, una forma no capitalista de la sociedad y no atender los problemas del presente. El problema está en conciliar esas nuevas formas de pensar la sociabilidad, la relación del sujeto con la naturaleza y consigo mismo que nos proporciona el instrumental conceptual de El Capital, con los problemas más urgentes de nuestro tiempo, de nuestro país, con sus fuerzas políticas y sus movimientos sociales y aquí estamos ya no en el terreno de las categorías, sino de la praxis, con todas sus grandezas y sus miserias.

lunes, 2 de marzo de 2009

Sesión Próxima

La próxima sesión será el 9 de marzo de 2009
En el Quinto Piso de la Torre II de Humanidades, Ciudad Universitaria en punto de las 11:30.

El texto a discutir será

Wheen, Francois. La historia de El capital. Buenos Aires, Debate, 2007.

El texto se puede adquirir en la libreria de la Facultad de Economía, también existen ejemplares en la Biblioteca Central